jueves, 23 de febrero de 2012

LOS YUPIS ODIAN A LOS JARDINES

En la colonia Álamos, de la ciudad de México, cada vez quedan menos casas unifamiliares. Eran hermosas y amables esas pequeñas construcciones, muchas de un solo piso, algunas de dos. Todas contaban con un jardincito, un porche, una cochera, a veces una chimenea  y un patio. Dejaban ver sus fachadas gentiles, sus árboles y flores a través de las rejas a los transeúntes. Databan las casitas de las primeras décadas del siglo. Detrás de ellas se veían el cielo y las estrellas. Desde hace unos lustros, no transcurre un año sin que derriben algunas de las casas que sobreviven. Sobre sus terrenos se levantan sendos multifamiliares que se roban el horizonte y el sol. Sus fachadas son accesos acorazados para los estacionamientos. La calle se torna hostil, gélida y desoladora. Nadie informa qué fue de los árboles ni de sus alados habitantes. A nadie le importa. Las autoridades permiten que se repita el proceso, una y otra vez, aunque la demanda de agua, drenajes, luz y gas se multiplique. Tal es la historia de otros viejos barrios. Nadie se pregunta si la especulación voraz destruye los tejidos sociales y la unidad estética del barrio. Cierto famoso arquitecto, enriquecido con este negocio, en una conferencia se justificó: "Esas casas no tienen valor artístico". No aclaró quién decide cuál casa tiene valor estético. De los árboles ni se acordó. ¿Tendrá unos en su mansión?

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